En la memoria está siempre claro el sonido cuando cortamos una sandía: empujamos con el puño apretado sobre el mango y reconocemos invariablemente el crujir de la cáscara dura y carnosa, pulida y rotunda bajo el cuchillo filoso. Aquella pequeña incisión parece abrir una herida indolora que deja al descubierto una azucarada promesa: la pulpa jugosa, perfumada y dulce de la sandía.
En el contexto del homenaje colectivo al pintor Rufino Tamayo la sandía (su sandía) se hace icono y leit motiv de la creatividad de los artistas convocados, ya fueran experimentados o emergentes. El colorismo inconfundible del maestro oaxaqueño y su tránsito desde una mexicanidad ideológica a la plasmación sublimada de la patria mágica revira las miradas hacia sus lienzos, plenos de goce y de invocación al asombro.
Entre todos los artistas que se suman al homenaje interviniendo grandes rebanadas de sandía realizadas con fibra de vidrio, la que ha trabajado Jarol Moreno con el título Constelaciones, es una invitación a un viaje estelar sin despegar los pies de la tierra. En su universo, allí en el “lado A” de su propuesta, se adivina el paisaje inefable de la oaxaqueña Biosfera Tehuacán – Cuicatlán, surcado de cactáceas que devuelven al espectador un colorido inédito –tan a lo Tamayo– en esa infinita diversidad que en sus superficies se torna en exuberancia.
En efecto, sin salir de ese lado A encontramos dos discursos simultáneos, por un lado, ese paisaje mexicano alfombrado de las cactáceas en rítmica sucesión, una invocación de Coryphantha en floración en primer plano, escoltada por dos candelabros de múltiples brazos espinosos elevados al cielo. Por el otro, precisamente el manto celeste, sobre el cual una variedad de espinas-estrellas traza rutas de imaginarias constelaciones, en una alocución iluminada, paralela a la alfombra vegetal del pintor, cuyo estilo figurativo y directo, de colores sobreexpuestos, parece oscilar entre la tradición paisajística y la experimentación simbolista.
Ya en el “lado B” de la pieza Jarol Moreno representa lo que por obvio podría ser hasta riesgoso: precisamente pintar una sandía; motivo que él eligió sin ambages para dar un giro más a la propuesta astronómica del anverso de su pieza y traer ese contenido sideral al íntimo vientre de la fruta reinterpretada, la fruta eje, la fruta estrella que guarda en su interior cuerpos astrales y una constelación hecha promesa en un hilvanado elenco de semillas: cada una será una nueva sandía.
Así como López Trujillo en su poema Sandía describe cómo “Le salta el corazón, desnudo, a golpes de sangre almibarada…” así otra voz universal de provincia, la de Carlos Pellicer, en Poética del paisaje parecería trazar la ruta para el pincel cantor de Jarol Moreno cuando anota que “Nube y punta de lápiz acreditan:/ una: luz por ausencia, y otra: cifra. /Y ya es mecer al aire/ ya sin otro contento que el mecerlo, / en una prosa semejante al mar/ que abstrae en espiral vidas de perlas.
Ya nada tengo que decir del panorama, / pero algo como el agua en el desierto/ roba a todos la sed y queda intacta, / me queda en abundancia y en deseo/ La sobra musical; una delicia/ de todo ritmo, de toda danza, / de todo vuelo…
– María Teresa Mézquita Méndez
En la memoria está siempre claro el sonido cuando cortamos una sandía: empujamos con el puño apretado sobre el mango y reconocemos invariablemente el crujir de la cáscara dura y carnosa, pulida y rotunda bajo el cuchillo filoso. Aquella pequeña incisión parece abrir una herida indolora que deja al descubierto una azucarada promesa: la pulpa jugosa, perfumada y dulce de la sandía.En el contexto del homenaje colectivo al pintor Rufino Tamayo la sandía (su sandía) se hace icono y leit motiv de la creatividad de los artistas convocados, ya fueran experimentados o emergentes. El colorismo inconfundible del maestro oaxaqueño y su tránsito desde una mexicanidad ideológica a la plasmación sublimada de la patria mágica revira las miradas hacia sus lienzos, plenos de goce y de invocación al asombro.
Entre todos los artistas que se suman al homenaje interviniendo grandes rebanadas de sandía realizadas con fibra de vidrio, la que ha trabajado Jarol Moreno con el título Constelaciones, es una invitación a un viaje estelar sin despegar los pies de la tierra. En su universo, allí en el “lado A” de su propuesta, se adivina el paisaje inefable de la oaxaqueña Biosfera Tehuacán – Cuicatlán, surcado de cactáceas que devuelven al espectador un colorido inédito –tan a lo Tamayo– en esa infinita diversidad que en sus superficies se torna en exuberancia.
En efecto, sin salir de ese lado A encontramos dos discursos simultáneos, por un lado, ese paisaje mexicano alfombrado de las cactáceas en rítmica sucesión, una invocación de Coryphantha en floración en primer plano, escoltada por dos candelabros de múltiples brazos espinosos elevados al cielo. Por el otro, precisamente el manto celeste, sobre el cual una variedad de espinas-estrellas traza rutas de imaginarias constelaciones, en una alocución iluminada, paralela a la alfombra vegetal del pintor, cuyo estilo figurativo y directo, de colores sobreexpuestos, parece oscilar entre la tradición paisajística y la experimentación simbolista.
Ya en el “lado B” de la pieza Jarol Moreno representa lo que por obvio podría ser hasta riesgoso: precisamente pintar una sandía; motivo que él eligió sin ambages para dar un giro más a la propuesta astronómica del anverso de su pieza y traer ese contenido sideral al íntimo vientre de la fruta reinterpretada, la fruta eje, la fruta estrella que guarda en su interior cuerpos astrales y una constelación hecha promesa en un hilvanado elenco de semillas: cada una será una nueva sandía.
Así como López Trujillo en su poema Sandía describe cómo “Le salta el corazón, desnudo, a golpes de sangre almibarada…” así otra voz universal de provincia, la de Carlos Pellicer, en Poética del paisaje parecería trazar la ruta para el pincel cantor de Jarol Moreno cuando anota que “Nube y punta de lápiz acreditan:/ una: luz por ausencia, y otra: cifra. /Y ya es mecer al aire/ ya sin otro contento que el mecerlo, / en una prosa semejante al mar/ que abstrae en espiral vidas de perlas.
Ya nada tengo que decir del panorama, / pero algo como el agua en el desierto/ roba a todos la sed y queda intacta, / me queda en abundancia y en deseo/ La sobra musical; una delicia/ de todo ritmo, de toda danza, / de todo vuelo…