Una mujer negra constituye el epicentro alrededor del cual Josefa García ordena los diferentes elementos plásticos de la sandía que intervino en el marco del homenaje al gran maestro Rufino Tamayo, en ocasión de su trigésimo aniversario luctuoso, organizado por la promotora y curadora Nancy Mayagoitia.
Se trata de una mujer negra que aparece recostada en una posición sui generis, como si estuviera ejecutando un secreto ritual de danza o expresando la tensión vital existente en esa línea divisoria, muchas veces imperceptible, entre el goce y el sufrimiento.
La mujer, de fracciones geométricas y pechos firmes, tal como el maestro oaxaqueño gustaba delinear sus figuras femeninas, aparece semienvuelta en un extenso rebozo que, a modo de lienzo, recubre la base de la gran sandía, con pliegues que discretamente reproducen una y otra vez la forma de la fruta distintiva. La tela destaca por su tonalidad blanquecina, parecida a niebla, evocando la inconfundible cromática melancólica del pintor contemporáneo Manuel Rodríguez Lozano quien, al igual que Tamayo, exploró caminos alternos a los marcados por el muralismo revolucionario.
En un sutil juego de ida y vuelta, el blanco del rebozo dialoga con y se refleja en el resplandor de la luna llena que, en el lado superior derecho, emerge como guardiana del cielo nocturno. Es una luna profunda a la que, gracias a un logrado esfumado lleno de matices, Josefa García logra dotarla de una honda presencia, ora inquietante, ora arropadora.
Siguiendo el mismo esquema dialógico, la redondez del astro hace un guiño a las dos pequeñas esferas de carácter “rufiniano”, mismas que se encuentran junto a la dama danzante. Una de ellas, la más grande, parecida a alguna de las manzanas que inmortalizó el maestro, retoma los tonos rojizos de los pezones erguidos de la mujer y, más allá, de un horizonte montañoso que se funde simultáneamente con la bóveda celeste y su cuerpo ensortijado.
La pintora extiende la paleta rojiza hacia el otro lado de la sandía intervenida. Aquí, sin embargo, opta por dejar de lado las curvas y lo explícitamente figurativo, para apostar por el trazo de líneas rectas y formas triangulares. Con ello, retoma los paisajes plásticos de Rufino Tamayo al igual que el paisaje de la región mixteca de donde era originario: unas tierras áridas y pardas, teñidas de rojo por la grana cochinilla de sus nopales.
Así, de esta manera, con la intervención de un lado y otro de la sandía, con el derecho y su reverso, Josefa García logra sintetizar en una creación propia, de indudable personalidad, una variedad de elementos característicos de la obra de Rufino Tamayo, dotándolos de una renovada lectura.
Dejémonos llevar por los ojos y el placer de la contemplación.
– Alessandra Galimberti
Una mujer negra constituye el epicentro alrededor del cual Josefa García ordena los diferentes elementos plásticos de la sandía que intervino en el marco del homenaje al gran maestro Rufino Tamayo, en ocasión de su trigésimo aniversario luctuoso, organizado por la promotora y curadora Nancy Mayagoitia.
Se trata de una mujer negra que aparece recostada en una posición sui generis, como si estuviera ejecutando un secreto ritual de danza o expresando la tensión vital existente en esa línea divisoria, muchas veces imperceptible, entre el goce y el sufrimiento.La mujer, de fracciones geométricas y pechos firmes, tal como el maestro oaxaqueño gustaba delinear sus figuras femeninas, aparece semienvuelta en un extenso rebozo que, a modo de lienzo, recubre la base de la gran sandía, con pliegues que discretamente reproducen una y otra vez la forma de la fruta distintiva. La tela destaca por su tonalidad blanquecina, parecida a niebla, evocando la inconfundible cromática melancólica del pintor contemporáneo Manuel Rodríguez Lozano quien, al igual que Tamayo, exploró caminos alternos a los marcados por el muralismo revolucionario.
En un sutil juego de ida y vuelta, el blanco del rebozo dialoga con y se refleja en el resplandor de la luna llena que, en el lado superior derecho, emerge como guardiana del cielo nocturno. Es una luna profunda a la que, gracias a un logrado esfumado lleno de matices, Josefa García logra dotarla de una honda presencia, ora inquietante, ora arropadora.
Siguiendo el mismo esquema dialógico, la redondez del astro hace un guiño a las dos pequeñas esferas de carácter “rufiniano”, mismas que se encuentran junto a la dama danzante. Una de ellas, la más grande, parecida a alguna de las manzanas que inmortalizó el maestro, retoma los tonos rojizos de los pezones erguidos de la mujer y, más allá, de un horizonte montañoso que se funde simultáneamente con la bóveda celeste y su cuerpo ensortijado.
La pintora extiende la paleta rojiza hacia el otro lado de la sandía intervenida. Aquí, sin embargo, opta por dejar de lado las curvas y lo explícitamente figurativo, para apostar por el trazo de líneas rectas y formas triangulares. Con ello, retoma los paisajes plásticos de Rufino Tamayo al igual que el paisaje de la región mixteca de donde era originario: unas tierras áridas y pardas, teñidas de rojo por la grana cochinilla de sus nopales.
Así, de esta manera, con la intervención de un lado y otro de la sandía, con el derecho y su reverso, Josefa García logra sintetizar en una creación propia, de indudable personalidad, una variedad de elementos característicos de la obra de Rufino Tamayo, dotándolos de una renovada lectura.
Dejémonos llevar por los ojos y el placer de la contemplación.