Lo que llama la atención de inmediato en Ser infinito es un uso desinhibido del color, un dominio texturizado del ocre anaranjado sobre el cual un árbol solitario, hostigado en silueta surge de una tierra roja arcillosa, esa tierra a su vez delimitada por un azul que levanta el arco del borde curvo de la cáscara de la sandía como un vapor en turbulencia. El efecto general es de calor solar, y uno de inmediato piensa en lo que señalaba Octavio Paz, quien distingue a Rufino Tamayo de otros, porque: “… el sol está en todos sus cuadros, lo veamos o no”. Esa presencia solar arde ferozmente aquí. Elementos dispares se funden y se derriten: la pintura corre, las palabras flotan como flujo dentro de este horno. Deseo, de tamaño audaz, y volver son los garabatos que se destacan más entre otros menos discernibles, y a través del tronco del árbol, una sentencia de Tamayo: “No pinto recuerdos, pinto lo que está pasando”. Ah, pero la memoria es algo activo, siempre presente, braquiante. Números aleatorios y jeroglíficos igualmente inescrutables descienden en forma vertical en esta imagen, pero ¿cuál es la ecuación?
En una esquina, el sello postal de 1987 que conmemora (“El 70 aniversario de la Creatividad”) el cuadro Dualidad de Tamayo. En el sello original una serpiente se enfrenta a un jaguar, cada uno con un color de fondo brillante. Aquí, el ocre caliente ha franqueado el sello hacia la abstracción. La dualidad se atomiza. Tamayo está en todas partes y en ninguna. ¿Acaso un sello no lleva un mensaje, una presencia, de un lugar y tiempo a otro, un laminado de experiencia y memoria?
En una de las mejores obras de Ana Santos, Nostalgia, encontramos preocupaciones similares y palabras incorpóreas más allá de la comprensión. Formando la textura de fondo del cielo y la tierra, las páginas de los manuscritos –de nuevo ilegibles– se colocan como hojas una al lado de la otra, claramente con una historia que contar. El pasado y el presente se superponen. La imagen central es de nuevo la silueta de un árbol solitario: contra la influencia del pasado, pero que florece.
En el lado de la semilla de la rebanada de sandía de Santos, un xolo negro y sombrío se asoma a los puntos unidos de una constelación al estilo de Tamayo. Es como si la criatura estuviera aullando el adagio del maestro en la parte superior. Comienza: “El arte es universal…”. Ser infinito es ser ilimitado, imposible de medir o calcular. En el cálculo de Santos, Tamayo es precisamente eso. Incluso lo indescifrable dice, y siempre dijo, algo.
– Peter Bricklebank
Lo que llama la atención de inmediato en Ser infinito es un uso desinhibido del color, un dominio texturizado del ocre anaranjado sobre el cual un árbol solitario, hostigado en silueta surge de una tierra roja arcillosa, esa tierra a su vez delimitada por un azul que levanta el arco del borde curvo de la cáscara de la sandía como un vapor en turbulencia. El efecto general es de calor solar, y uno de inmediato piensa en lo que señalaba Octavio Paz, quien distingue a Rufino Tamayo de otros, porque: “… el sol está en todos sus cuadros, lo veamos o no”. Esa presencia solar arde ferozmente aquí. Elementos dispares se funden y se derriten: la pintura corre, las palabras flotan como flujo dentro de este horno. Deseo, de tamaño audaz, y volver son los garabatos que se destacan más entre otros menos discernibles, y a través del tronco del árbol, una sentencia de Tamayo: “No pinto recuerdos, pinto lo que está pasando”. Ah, pero la memoria es algo activo, siempre presente, braquiante. Números aleatorios y jeroglíficos igualmente inescrutables descienden en forma vertical en esta imagen, pero ¿cuál es la ecuación?En una esquina, el sello postal de 1987 que conmemora (“El 70 aniversario de la Creatividad”) el cuadro Dualidad de Tamayo. En el sello original una serpiente se enfrenta a un jaguar, cada uno con un color de fondo brillante. Aquí, el ocre caliente ha franqueado el sello hacia la abstracción. La dualidad se atomiza. Tamayo está en todas partes y en ninguna. ¿Acaso un sello no lleva un mensaje, una presencia, de un lugar y tiempo a otro, un laminado de experiencia y memoria?
En una de las mejores obras de Ana Santos, Nostalgia, encontramos preocupaciones similares y palabras incorpóreas más allá de la comprensión. Formando la textura de fondo del cielo y la tierra, las páginas de los manuscritos –de nuevo ilegibles– se colocan como hojas una al lado de la otra, claramente con una historia que contar. El pasado y el presente se superponen. La imagen central es de nuevo la silueta de un árbol solitario: contra la influencia del pasado, pero que florece.
En el lado de la semilla de la rebanada de sandía de Santos, un xolo negro y sombrío se asoma a los puntos unidos de una constelación al estilo de Tamayo. Es como si la criatura estuviera aullando el adagio del maestro en la parte superior. Comienza: “El arte es universal…”. Ser infinito es ser ilimitado, imposible de medir o calcular. En el cálculo de Santos, Tamayo es precisamente eso. Incluso lo indescifrable dice, y siempre dijo, algo.
– Peter Bricklebank