Las semillas de Tamayo, la pieza de intervención plástica (en este caso una propuesta de pintura e integración objetual) con la que contribuyó Alberto Aragón Reyes en la exposición-tributo Rufino Tamayo. 30 aniversario que documenta la presente publicación, es un objeto dual trabajado en las dos caras del soporte-sandía. Ese juego con dos elementos o imágenes que se oponen y complementan revela, de entrada, una concepción creativa típicamente á la Tamayo. Más allá de la conmemoración como tal del fallecimiento del gran artista, la mayor significación del evento reside –desde mi perspectiva- en el reconocimiento de la trascendencia y actualidad de su legado cultural, patrimonial y estético. Toda esfera artística contemporánea es producto, entre otras realidades, de la herencia innegable de sus figuras y agentes más avanzados, más allá de los ciclos personales de vida.
En un diálogo sostenido con la sensibilidad y discurso de Tamayo, la concepción de la pieza de Aragón Reyes alude al ámbito inmemorial de lo cósmico/astral y recupera el protagonismo, neoexpresionista y legendario, del ser animal. Hay que decir, por otro lado, que Aragón Reyes articula la visión de Tamayo al tiempo que, como el propio maestro hizo y aconsejó siempre, incorpora en la obra sus propias visiones. La forma de la sandía, fruto devorado siempre por monstruos lúdicos y homeomórficos en la pintura del metafísico de lo cotidiano que fue Rufino Tamayo, se vuelve ahora el espacio mito-poético donde el arquetipo del pintor (¿un ser dual que representa a Tamayo y a Aragón Reyes simultáneamente?) es llevado por el perro nocturno a través del reino de la pintura. La trama visual de la pieza de Aragón Reyes recuerda las fábulas del psicopompo, el animal que acompaña y transporta las almas de los muertos en la vida-después-de-la-muerte-terrenal. Es muy interesante que en el caso de esta imagen de Alberto Aragón Reyes, los iconos del perro de la noche, el pintor iniciado, las plantas-pincel y las semillas-color, se sintetizan en una representación del esplendor de la energía solar, un tema enigmático de dimensiones esotéricas que Rufino Tamayo descubrió, a su vez, en el linaje secreto que corre desde el Romanticismo, los pintores de Barbizon, Van Gogh y los Impresionistas, hasta la era de la Escuela de París y las Vanguardias el siglo XX.
– Erik Castillo
Las semillas de Tamayo, la pieza de intervención plástica (en este caso una propuesta de pintura e integración objetual) con la que contribuyó Alberto Aragón Reyes en la exposición-tributo Rufino Tamayo. 30 aniversario que documenta la presente publicación, es un objeto dual trabajado en las dos caras del soporte-sandía. Ese juego con dos elementos o imágenes que se oponen y complementan revela, de entrada, una concepción creativa típicamente á la Tamayo. Más allá de la conmemoración como tal del fallecimiento del gran artista, la mayor significación del evento reside –desde mi perspectiva- en el reconocimiento de la trascendencia y actualidad de su legado cultural, patrimonial y estético. Toda esfera artística contemporánea es producto, entre otras realidades, de la herencia innegable de sus figuras y agentes más avanzados, más allá de los ciclos personales de vida.
En un diálogo sostenido con la sensibilidad y discurso de Tamayo, la concepción de la pieza de Aragón Reyes alude al ámbito inmemorial de lo cósmico/astral y recupera el protagonismo, neoexpresionista y legendario, del ser animal. Hay que decir, por otro lado, que Aragón Reyes articula la visión de Tamayo al tiempo que, como el propio maestro hizo y aconsejó siempre, incorpora en la obra sus propias visiones. La forma de la sandía, fruto devorado siempre por monstruos lúdicos y homeomórficos en la pintura del metafísico de lo cotidiano que fue Rufino Tamayo, se vuelve ahora el espacio mito-poético donde el arquetipo del pintor (¿un ser dual que representa a Tamayo y a Aragón Reyes simultáneamente?) es llevado por el perro nocturno a través del reino de la pintura. La trama visual de la pieza de Aragón Reyes recuerda las fábulas del psicopompo, el animal que acompaña y transporta las almas de los muertos en la vida-después-de-la-muerte-terrenal. Es muy interesante que en el caso de esta imagen de Alberto Aragón Reyes, los iconos del perro de la noche, el pintor iniciado, las plantas-pincel y las semillas-color, se sintetizan en una representación del esplendor de la energía solar, un tema enigmático de dimensiones esotéricas que Rufino Tamayo descubrió, a su vez, en el linaje secreto que corre desde el Romanticismo, los pintores de Barbizon, Van Gogh y los Impresionistas, hasta la era de la Escuela de París y las Vanguardias el siglo XX.