Su mirada escudriña su entorno y se lleva grabadas en el pensamiento, como instantáneas fotográficas, innumerables imágenes que componen su vida cotidiana. Esas memorias con forma y color son las que traslada al lienzo, espacio de reconstrucción y reformulación de sus recuerdos, relato plástico y policromo que narra, detrás de cada pincelada, innumerables historias de fantasía e intimidad.
Alimentado con notables referencias predecesoras entre las que podrían estar Chagall desde la Europa de preguerra de inicios del Siglo XX, o Guayasamín desde Ecuador y finales de la misma centuria, el universo de Román Llaguno sin embargo se reinventa en una postal de fuerte expresividad, donde el color se hace vibrante y alborozado y el escenario una coreografía de sorprendentes apariciones.
Para componer su sandía en homenaje a Rufino Tamayo, Román Llaguno ha elegido el doméstico ritual del encuentro familiar en torno a la mesa; precisamente ese instante sagrado en el que se disfruta el sabor encendido y dulce de la sandía, fresca siempre, como un encaje azucarado. Frente a la familia situada hacia el centro derecha de la imagen, las rebanadas de la fruta se yerguen, coloradas y expectantes ante los sencillos comensales, mientras por un lado entra un ángel con un bebé en brazos, evocación del recién nacido “ese nuevo ser humano” dice el maestro de quien es “por ahora mi único nieto”.
Tamayo, como sabemos y tanto se ha dicho en el contexto de su homenaje, transitó del mural al caballete en ambas direcciones y trascendió el discurso nacionalista para atisbar un territorio de aspiraciones cósmicas, donde lo popular se sublima en una búsqueda universal de convergencias. Allí se da el encuentro de Llaguno con el maestro Rufino: sus convergencias están en la paleta intensa, la libertad de factura, la elección del caballete como espacio de monólogo interior.
Admirador del maestro Tamayo, Llaguno guarda entre sus recuerdos el privilegio de haberlo conocido décadas atrás y hoy día manifiesta aún su admiración por el gran trabajo del homenajeado “su impresionante cromatismo rico en matices, su visión del pasado prehispánico y las culturas milenarias y su espléndido lenguaje plástico”.
Por su parte, Llaguno traslada a su pintura lo que su vista atrapa, lo que disfruta, lo que observa. Por eso también en esta sandía de tanto cromatismo y riqueza, al fondo el paisaje es magnético y profundo, y saca partido del contraste de los azules profundos con el plomizo del infinito y el arco que corona la zona superior.
Pero eso no es todo. Esa mirada ávida del maestro Román descubre en su recorrido todas las posibles expresiones vitales y nos invita a hacer lo mismo en cada centímetro de su pieza. La obra se llama Reunión de cinco reinos, aquellos de los seres vivos de la naturaleza: animal, vegetal, fungi (los hongos), protista (protozoarios) y monera (organismos procariotas), es decir, un homenaje a la vida en cualquiera de sus manifestaciones.
En efecto, ante la contemplación de su obra descubrimos animales, plantas, hongos, microorganismos. Y reflexionamos que su poética y morfología y su resolución lineal dialogan con Tamayo en su rotundo colorido, pleno de acentos rubicundos, allí en su lienzo-sandía, donde el aire, cerúleo y denso, parece inundar toda la escena.
Como otros trabajos suyos, la sandía de Llaguno no se escapa de su destino final: ser un homenaje a la vida y la humanidad, al gozo del cromatismo y a la naturaleza interior que se vuelca, vital y poderosa, en una fiesta de coloración y exuberancia.
– María Teresa Mézquita Méndez
Su mirada escudriña su entorno y se lleva grabadas en el pensamiento, como instantáneas fotográficas, innumerables imágenes que componen su vida cotidiana. Esas memorias con forma y color son las que traslada al lienzo, espacio de reconstrucción y reformulación de sus recuerdos, relato plástico y policromo que narra, detrás de cada pincelada, innumerables historias de fantasía e intimidad.Alimentado con notables referencias predecesoras entre las que podrían estar Chagall desde la Europa de preguerra de inicios del Siglo XX, o Guayasamín desde Ecuador y finales de la misma centuria, el universo de Román Llaguno sin embargo se reinventa en una postal de fuerte expresividad, donde el color se hace vibrante y alborozado y el escenario una coreografía de sorprendentes apariciones.Para componer su sandía en homenaje a Rufino Tamayo, Román Llaguno ha elegido el doméstico ritual del encuentro familiar en torno a la mesa; precisamente ese instante sagrado en el que se disfruta el sabor encendido y dulce de la sandía, fresca siempre, como un encaje azucarado. Frente a la familia situada hacia el centro derecha de la imagen, las rebanadas de la fruta se yerguen, coloradas y expectantes ante los sencillos comensales, mientras por un lado entra un ángel con un bebé en brazos, evocación del recién nacido “ese nuevo ser humano” dice el maestro de quien es “por ahora mi único nieto”.
Tamayo, como sabemos y tanto se ha dicho en el contexto de su homenaje, transitó del mural al caballete en ambas direcciones y trascendió el discurso nacionalista para atisbar un territorio de aspiraciones cósmicas, donde lo popular se sublima en una búsqueda universal de convergencias. Allí se da el encuentro de Llaguno con el maestro Rufino: sus convergencias están en la paleta intensa, la libertad de factura, la elección del caballete como espacio de monólogo interior.
Admirador del maestro Tamayo, Llaguno guarda entre sus recuerdos el privilegio de haberlo conocido décadas atrás y hoy día manifiesta aún su admiración por el gran trabajo del homenajeado “su impresionante cromatismo rico en matices, su visión del pasado prehispánico y las culturas milenarias y su espléndido lenguaje plástico”.
Por su parte, Llaguno traslada a su pintura lo que su vista atrapa, lo que disfruta, lo que observa. Por eso también en esta sandía de tanto cromatismo y riqueza, al fondo el paisaje es magnético y profundo, y saca partido del contraste de los azules profundos con el plomizo del infinito y el arco que corona la zona superior.
Pero eso no es todo. Esa mirada ávida del maestro Román descubre en su recorrido todas las posibles expresiones vitales y nos invita a hacer lo mismo en cada centímetro de su pieza. La obra se llama Reunión de cinco reinos, aquellos de los seres vivos de la naturaleza: animal, vegetal, fungi (los hongos), protista (protozoarios) y monera (organismos procariotas), es decir, un homenaje a la vida en cualquiera de sus manifestaciones.
En efecto, ante la contemplación de su obra descubrimos animales, plantas, hongos, microorganismos. Y reflexionamos que su poética y morfología y su resolución lineal dialogan con Tamayo en su rotundo colorido, pleno de acentos rubicundos, allí en su lienzo-sandía, donde el aire, cerúleo y denso, parece inundar toda la escena.
Como otros trabajos suyos, la sandía de Llaguno no se escapa de su destino final: ser un homenaje a la vida y la humanidad, al gozo del cromatismo y a la naturaleza interior que se vuelca, vital y poderosa, en una fiesta de coloración y exuberancia.