Concebida como un volumen pictórico que debe recorrerse por todos sus lados, la sandía de Fernando Andriacci celebra a Rufino Tamayo en su identidad como maestro. Dividida en dos narrativas que presentan la madurez de Andriacci y su exploración actual, la silueta escultórica es una unidad con dos caras.
Admirador de esa figuración tamayesca que oscila entre la ingenuidad y la ficción, el artista formado en el Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo ha desarrollado un lenguaje lúdico que, si bien recuerda al maestro, también comprueba la autonomía creativa del alumno. Alegre y audaz en el manejo del color, Fernando Andriacci ha construido una identidad figurativa en la que el oficio del dibujo y la abstracción geométrica se esconden en la fascinación de los universos lúdicos que caracterizan su obra.
La pieza es un homenaje doble a Tamayo como maestro. En una cara de la sandía, la presencia de una familia entre papalotes recuerda una frase del emblemático pintor que impactó al alumno: “Lo más difícil para un artista es pintar como niño”. Ante ese reto, Andriacci, como alumno, desarrolló un vocabulario figurativo en el que los personajes, al ser a la vez tan irreales como reconocibles, permiten representar géneros y edades sin necesidad de recurrir a razas o nacionalidades. Y aun cuando en la resolución de los rostros puede recordar a Tamayo, en su iconografía personal demuestra su autonomía creativa con vocabularios formales que definen la identidad de su creación: la triada que configura brazos y manos, y la saturación de fragmentaciones geométricas trabajadas con distintas composiciones cromáticas. La figuración geométrica y el color le permiten, a Andriacci, presentar al ser humano como un ente invadido de emociones que se diluyen en la expresividad de los colores.
En la otra cara de la silueta escultórica, el alumno se impone con un lenguaje que se aleja del maestro. Obsesionado con el potencial estético y simbólico de los ojos, Andriacci abandona los cuerpos concentrándose en rostros que en realidad son una mirada. Enmarcados en cuadrados, círculos, rectángulos y rombos, los ojos son los nuevos protagonistas de una propuesta que es a la vez homenaje y regalo de Fernando Andriacci para su maestro, Rufino Tamayo.
– Blanca González Rosas
Concebida como un volumen pictórico que debe recorrerse por todos sus lados, la sandía de Fernando Andriacci celebra a Rufino Tamayo en su identidad como maestro. Dividida en dos narrativas que presentan la madurez de Andriacci y su exploración actual, la silueta escultórica es una unidad con dos caras.
Admirador de esa figuración tamayesca que oscila entre la ingenuidad y la ficción, el artista formado en el Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo ha desarrollado un lenguaje lúdico que, si bien recuerda al maestro, también comprueba la autonomía creativa del alumno. Alegre y audaz en el manejo del color, Fernando Andriacci ha construido una identidad figurativa en la que el oficio del dibujo y la abstracción geométrica se esconden en la fascinación de los universos lúdicos que caracterizan su obra.
La pieza es un homenaje doble a Tamayo como maestro. En una cara de la sandía, la presencia de una familia entre papalotes recuerda una frase del emblemático pintor que impactó al alumno: “Lo más difícil para un artista es pintar como niño”. Ante ese reto, Andriacci, como alumno, desarrolló un vocabulario figurativo en el que los personajes, al ser a la vez tan irreales como reconocibles, permiten representar géneros y edades sin necesidad de recurrir a razas o nacionalidades. Y aun cuando en la resolución de los rostros puede recordar a Tamayo, en su iconografía personal demuestra su autonomía creativa con vocabularios formales que definen la identidad de su creación: la triada que configura brazos y manos, y la saturación de fragmentaciones geométricas trabajadas con distintas composiciones cromáticas. La figuración geométrica y el color le permiten, a Andriacci, presentar al ser humano como un ente invadido de emociones que se diluyen en la expresividad de los colores.
En la otra cara de la silueta escultórica, el alumno se impone con un lenguaje que se aleja del maestro. Obsesionado con el potencial estético y simbólico de los ojos, Andriacci abandona los cuerpos concentrándose en rostros que en realidad son una mirada. Enmarcados en cuadrados, círculos, rectángulos y rombos, los ojos son los nuevos protagonistas de una propuesta que es a la vez homenaje y regalo de Fernando Andriacci para su maestro, Rufino Tamayo.