En realidad, no es de noche, no como dicen algunos, no si te adentras tranquilamente en el desierto con tu gente y tu perro. Esta es la gente que quieres; este es tu perro más feliz. Llegas al desierto habiendo heredado las historias de las estrellas, esos puntos de alfiler que perforan la tela del cielo, y te acomodas entre las tunas y los agaves. Como todos los humanos antes, juegas a unir los puntos, inventando o recordando historias de los ancestros, imaginando ese cúmulo de estrellas en lo alto como un mercado abarrotado, mujeres voceando blandas, tlayudas, niños polvorientos corriendo bajo sus pies, el pesado olor de las naranjas, las papayas, la carne. O son las Siete Hermanas que huyen de Orión, aterradas, desesperadas, a lomos del toro amigo. Una de las hermanas, dicen, no puede ser vista, escondiéndose del miedo o la vergüenza, pero juntas están siempre volando en el cielo nocturno sobre nuestras cabezas.¿Es ésa la vasta falda de lentejuelas de una diosa danzante, una abundancia de polvo de estrellas girando, o es el borde exterior de la galaxia en la que todos vivimos? ¿O algo más, el borde de un disco estrellado, lanzado por un dios a otro? ¿Estrellas rociadas por una gran manguera cósmica que hace un bucle desde el sol hasta la luna?
No importa lo que digamos que pensaba cualquier pueblo de la antigüedad, no podemos saberlo realmente. La historia es lo que inventamos, como si contáramos el sueño de la noche anterior: una hija perdida devuelta, un tropiezo hacia un barranco seco. Mensajes garabateados en la materia estelar de los muertos.
Todo lo que sabemos es esto: estamos abrazados aquí, dirigiendo nuestra mirada hacia arriba, como lanzando una línea para pescar en el mar de estrellas, asombrados como el hombre de Tamayo ante el infinito.
El perro podría haber trotado desde el lienzo de Tamayo, invertido del negro al blanco, ansioso como siempre por explicar el universo a los humanos reunidos bajo las estrellas. Está a punto de dar un ladrido de alegría por el milagro de estar aquí, vivo, con su gente bajo el fantástico cielo nocturno, brillante y hermoso.
Tú estás mirando hacia arriba, tratando de ordenar las estrellas, tratando de dar sentido a este mundo nuestro, en el cálido abrazo de los que amas, que también te aman, observando… ¡espera, mira rápido! ¡una estrella fugaz!
– Sarah Van Arsdale
En realidad, no es de noche, no como dicen algunos, no si te adentras tranquilamente en el desierto con tu gente y tu perro. Esta es la gente que quieres; este es tu perro más feliz. Llegas al desierto habiendo heredado las historias de las estrellas, esos puntos de alfiler que perforan la tela del cielo, y te acomodas entre las tunas y los agaves. Como todos los humanos antes, juegas a unir los puntos, inventando o recordando historias de los ancestros, imaginando ese cúmulo de estrellas en lo alto como un mercado abarrotado, mujeres voceando blandas, tlayudas, niños polvorientos corriendo bajo sus pies, el pesado olor de las naranjas, las papayas, la carne. O son las Siete Hermanas que huyen de Orión, aterradas, desesperadas, a lomos del toro amigo. Una de las hermanas, dicen, no puede ser vista, escondiéndose del miedo o la vergüenza, pero juntas están siempre volando en el cielo nocturno sobre nuestras cabezas.¿Es ésa la vasta falda de lentejuelas de una diosa danzante, una abundancia de polvo de estrellas girando, o es el borde exterior de la galaxia en la que todos vivimos? ¿O algo más, el borde de un disco estrellado, lanzado por un dios a otro? ¿Estrellas rociadas por una gran manguera cósmica que hace un bucle desde el sol hasta la luna?
No importa lo que digamos que pensaba cualquier pueblo de la antigüedad, no podemos saberlo realmente. La historia es lo que inventamos, como si contáramos el sueño de la noche anterior: una hija perdida devuelta, un tropiezo hacia un barranco seco. Mensajes garabateados en la materia estelar de los muertos.
Todo lo que sabemos es esto: estamos abrazados aquí, dirigiendo nuestra mirada hacia arriba, como lanzando una línea para pescar en el mar de estrellas, asombrados como el hombre de Tamayo ante el infinito.
El perro podría haber trotado desde el lienzo de Tamayo, invertido del negro al blanco, ansioso como siempre por explicar el universo a los humanos reunidos bajo las estrellas. Está a punto de dar un ladrido de alegría por el milagro de estar aquí, vivo, con su gente bajo el fantástico cielo nocturno, brillante y hermoso.
Tú estás mirando hacia arriba, tratando de ordenar las estrellas, tratando de dar sentido a este mundo nuestro, en el cálido abrazo de los que amas, que también te aman, observando… ¡espera, mira rápido! ¡una estrella fugaz!